jueves, 12 de noviembre de 2020

MORIR POR INANICION

 

MORIR  POR  INANICION



Dos hermanos septuagenarios en el Barrio Puente Hierro de Caracas murieron de hambre. Se trata de Silvia Margarita Sandoval Armas de 72 años y Rafael David Sandoval Armas de 73 años. La data de muerte de Silvia oscila entre 36 a 48 horas y la de Rafael entre 24 a 36 horas. Los vecinos manifestaron que no los veían salir desde hace una semana. Una vecina manifestó que la última vez que los vio estaban muy débiles.”   Información tomada de INFOBAE. 29/10/2020.

“Luis Francisco Cabezas, Director de la Asociación Civil CONVITE, estima que alrededor de 800.000 mil adultos mayores viven solos y sin ningún tipo de apoyo familiar en Venezuela. Este abandono lo hace vulnerable a la desnutrición y a complicaciones de salud por no ser atendidos de forma temprana.” El Diario.com. Daniela León. 30/2020.



“Cuantos se suicidarían si pudieran advertir ese pasaje terrible del hombre que piensa al hombre que vegeta, del que empuja al que es arrastrado, del que ara surcos nuevos al que se esclaviza en las huellas de la rutina. Vejez y mediocridad suelen ser desdichas paralelas.” Tomado de EL HOMBRE MEDIOCRE de José Ingenieros. España. 2013. Pág. 128. Ediciones Brontes.

 


SILVIA Y RAFAEL eran un par de hermanos que vivían en el apartamento 94, Piso 9 de Residencias Villa II en la Parroquia Santa Rosalía del Municipio Libertador. Eran dos hermanos que llegaron hace varios años del Oriente del país, de vida sencilla y discreta. Ella, ex trabajadora del Ministerios de la Defensa, El, albañil y conocimientos de plomería. El resto de su familia, una afuera del país en condiciones de emigrantes y los otros diseminados en el Oriente del país. Con sus ahorros pudieron comprar ese apartamento y vivir de las pensiones y el sueldo de jubilada, además de algunos trabajitos que hacía Rafael, pero a consecuencia de la  hiperinflación, los costosos de la medicina, los pésimos servicios y el desamparo del Estado, poco a poco se fueron viniendo a menos. Ya,  últimamente, no se les veía salir por la pandemia, la pensión mensual solo le alcanzaba para café, azúcar y harina. Su dieta carente del aporte calórico, proteico y de micronutrientes constantes, les conducía en las últimas semanas a desgano, cansancio, conducta soñolienta y aletargada. Está actitud llena de desesperanza por que cambiaran las cosas, ese pensamiento de empeoramiento de un país en ruinas sin salidas visibles, mas su orgullo de no transigir con la lastima y la mendicidad, los llevó  a entregarse a Dios y abandonarse en el encierro del apartamento.



Aquella mañana del 26 de Octubre, SILVIA, se paró de la cama, después de varios intentos fallidos, a preparar un café amargo porque no había azúcar. Su debilidad y el temblor del pulso era tal que no lograba encender la cocinita eléctrica y poner el pocillo con el agua. Hizo un nuevo intento hasta que la fuerza de las extremidades no la acompañaron y se desvaneció, cayendo al piso desmayada, sintió un leve dolor en el pecho siendo el infarto inminente. Sus últimas palabras fueron “¡hay Dios me muero!”. RAFAEL, que dormía en el cuarto contiguo se despertó más tarde y llamaba a Silvia con insistencia, presumiendo lo que podía estar pasando al no escuchar su vocecita. Finalmente logró pararse y al asomarse a la cocina vio a su hermana tirada en el suelo, trato de socorrerla, con la lentitud de su propia debilidad  y al palpar su cuerpo frio y calamitoso se dio cuenta que la muerte se la había llevado hace horas,  y,  que ahora le tocaba a él. Le hizo la cruz en su rostro, le dijo algo inaudible al oído y se fue a su lecho, todavía caliente. Allí  se acordó de su infancia en tierras orientales, sus alegrías de joven, sus padres, sus peleas de niño con su hermana menor, sus amores frustrados, su venida a Caracas a probar suerte, hasta  invocó a Dios,  su piedad, rezó en silencio un Padre Nuestro y cerró sus ojos. Sabía que en cuestión de minutos estaría con su hermana en la eternidad. No hubo llanto, solo unas lágrimas brillantes en sus parpados. El ambiente espeso se tornó más liviano con la claridad del día.   

 


Probablemente esta noticia de la muerte de este par de hermanos no sorprende a nadie o se olvida al pasar de los días porque los niveles de desnutrición en Venezuela son muy elevados, rondando en el 80 % y en aumento por una pobreza crónica y el alto nivel de desocupación laboral, tanto del empleo formal como del informal. Esto conduce a aumentar el número de víctimas por hambre, sobre todo en la población más desguarnecida como lo es la infancia y la de adultos mayores, donde la pensión apenas alcanza a dos dólares mensuales. Pero todos sabemos que no siempre fue así. En los cuarenta años de la democracia representativa existía poder adquisitivo, desigual en las diferentes capas sociales pero nadie se moría por no consumir alimentos. Desde la izquierda nos quejábamos de la pobreza crítica y culpábamos a los gobiernos de turno, pero jamás a nadie se le ocurría comparar nuestra pobreza con naciones como Haití y del Continente Africano. El Bolívar, como unidad monetaria, tenía valor y poder de compra. Existía movilidad laborar, los sindicatos ajustaban sueldos y salarios con los empresarios en las discusiones contractuales y los adultos mayores gozaban de sus jubilaciones y pensiones. Yo conocí a un par de hermanos,  amables y cariñosos ancianos, ella maestra jubilada y el albañil que vivían tranquilamente de sus pensiones y hasta una señora de servicio con sus dos pequeños  hijos. Ella, LA SEÑORITA NIEVES daba clases de catequesis en la Urbanización La Punta al sur de Maracay totalmente gratis y EL SEÑOR RAFAEL hacia labores pequeños de albañilería y mantenimiento en el sector. Recuerdo que tenía un carro Chevrolet viejo que le era muy útil. Yo los llegué a conocer por la década de los años ochenta debido a que me ganaba la vida tomando fotos de agasajos y festejos. Y las fotos de las primeras comuniones eran casi obligatorias en estos actos religiosos solemnes. De tal manera que LA SEÑORITA NIEVES, a sabiendas que yo era un estudiante universitario pobre y con un hijo me daba la exclusividad de las fotografías, y algo muy importante, jamás me pidió alguna compensación monetaria. No la necesitaba. Yo los conocí en su hogar y pude palpar el grado de modestia en que vivían, sin lujo ni riqueza que ostentar. Al tiempo, que me gradué de profesor y me dedique al  desempeño profesional  docente, dejé  de visitarlos,  enterándome a los años de su muerte por la vejez en sana paz cristiana. No les faltó nunca nada en lo material. Esto es importante recalcarlo porque los venezolanos tendemos a sufrir de amnesia y olvidar esos recuerdos vivos tan prontos.



Escribe José Ingenieros en su obra clásica EL HOMBRE MEDIOCRE que “la sensibilidad se atenúa en los viejos y se embotan sus vías de comunicación con el mundo que les rodea; los tejidos se endurecen y tornase menos sensibles al dolor físico. El viejo tiende a la inercia, busca el menor esfuerzo, así como la pereza es una vejez anticipada… los capilares se obstruyen y amengua el flujo sanguíneo a los tejidos, la musculatura flácida impide mantener el cuerpo erecto, los movimiento pierde su agilidad y precisión” Exactamente, eso fue lo que le sucedió a los HERMANOS SANDOVAL ARMAS, en su proceso natural de vejez, pero el deterioro que les produjo la muerte fue  la falta de proteínas calóricas, vitaminas y micronutrientes que le exigía el cuerpo para seguir viviendo. No fue la pandemia del Covit 19 y el largo encierro, era la falta de alimentación basada en carnes, leche, frutas, verduras, legumbres, jugos, etc.  Al no poder tener  esperanzas de recibir algunas bondades de estos productos alimenticios  se entregaron a una agonía lenta con la peregrina resignación de la entrega a los designios de Dios.   

 


Triste realidad de una VENEZUELA que había alcanzado un modesto desarrollo en el plano tecnológico-industrial, con una fuerza productiva importante y una educación avanzada, no teníamos desnutrición de ningún tipo y los márgenes de pobreza eran soportables. Éramos reconocidos por el concierto de países de nuestro continente latinoamericano y hasta mundial. Lo que se necesitaba eran profundas reformas institucionales y económicas, salir del marco populista-rentista  a mejoras productivas con el capital financiero y humano que teníamos. Pero nada de esto sucedió, lo que cabalgó  desde el 2000 fue desmontar la democracia y su sistema económico y social-político  por otro de corte absolutista, centralizador, autoritario, con un mando extraterritorial (Cuba), el cual lleva veintiún años  gobernando,  arruinado a la nación, matando a sus ciudadanos, presos políticos,  expulsándolos del país en la diáspora y dejando un futuro desolador y que le costará a varias generaciones su recuperación definitiva. Tengo 66 años y  confieso tener pocas esperanzas de una luz que nos permita salir de la dictadura en corto plazo. Ojala me equivoque.

 


“Sentir que el hambre te acorrala/ que solo te queda/ abandonarte en el lecho/ jadear, jadear/ hasta el último suspiro/ hasta el último palpito del corazón/ solo la pobreza y el hambre por compañía/ en esa oscura soledad/ sin rito/ ni despedida/ Mientras afuera la danza de la mentira/ sigue su curso.               Ángel Cabrera. 12/11/20.