EL HOMBRE MEDIOCRE DE
JOSE INGENIEROS. UNA REVISITA
“Aunque los hombres carecemos de una misión trascendental
sobre la tierra, en cuya superficie vivimos tan natural como el gusano y la
rosa, nuestra vida no es digna de ser vivida sino cuando la ennoblece algún
ideal: los más altos placeres son inherentes a proponerse una perfección y
perseguirla.” José Ingenieros. EL HOMBRE
MEDIOCRE. Nueva edición. Barcelona, España. 2016. Pág. 33.
“La caja cerebral del hombre rutinario es un alhajero vacío.
No puede razonar por sí mismo, como si el seso le faltara… Vive una vida que no
es vivir. Crece y muere como las plantas. No necesitan ser curiosos ni
observadores. Son prudentes por definición, de una prudencia desesperante. Si
uno de ellos pasará junto al Campanario inclinado de Pisa, se alejaría de él,
temiendo ser aplastado.” José
Ingenieros. Pág. 55.
“El que aspira a parecer renuncia a ser. En pocos hombres
súmanse el ingenio y la virtud en un total de dignidad: forman una aristocracia
natural, frente exigua frente al número infinito de espíritus omisos. Credo
supremo de todo idealismo, la dignidad es unívoca, intangible, intransmutable…
Y así como los pueblos sin dignidad son rebaños, los individuos sin ella son
esclavos”. José Ingenieros. Pág.110.
Leer por vez primera
está magna obra significó para mí un conjunto de hallazgos importantes desde el
plano comparativo entre ese ayer reciente y la actualidad. Este extenso Ensayo
fue publicado por primera vez en Madrid en 1913 y según la crónica se
agotó rápidamente la primera edición (10.000 ejemplares) y tres meses después
se hizo una segunda edición con igual tirada. José Ingenieros (1877-1925)
fue un intelectual de su tiempo, ensayista, crítico, filósofo,
psiquiatra, psicólogo, criminólogo, masón, teósofo, escritor y docente. Dejó
varias obras publicadas, seguidor del Positivismo, gozó de alta influencia en los medios
estudiantiles y universitarios. Pertenece a los albores de la modernidad, época
de reacomodo de la humanidad en un siglo XX que desplegaría todas sus
manifestaciones en el campo de la cultura, la tecnología, la ciencia, las
artes, la economía, las ideologías y por ende su centro El ser humano como
protagonista desde una visión antropocéntrica.
El ensayo “EL HOMBRE
MEDIOCRE” estudia al hombre de la
modernidad y la razón, movido entre la transcendencia humana y la mediocridad
de su conducta. Mediocridad por el grado
de servilismo, hipocresía, vanidad, egoísmo, vacuidad, fanatismo, vulgaridad,
cotidianidad, la megalomanía, el egocentrismo y el falso orgullo. Contrapone
La dignidad, la perfección humana, los
valores éticos, morales, los
ideales, el altruismo y el
enaltecimiento del desarrollo intelectual y espiritual sin apego a creencias religiosa e ideológica. Para Ingenieros no todos son convidados al
festín de los elegidos. Uno pocos alcanzan los ideales de la perfección, la
superioridad, genio, heroísmo, santidad, es decir la inmortalidad. Otros, la
gran masa humana son el rebaño de ovejas, los prosaicos, los que están al borde
de la animalidad humana (como ejemplo sitúa a ese personaje literario de Miguel
de Cervantes Saavedra “Sancho Panza”).Escribe José Ingenieros: “Crecen porque saben adaptarse a la
hipocresía social, como las lombrices a la entraña. Son refractarios a todo
gesto digno… Viven de los demás y para los demás. Carecen de luz, de arrojo,
fuego, de emoción.” Sin embargo no
descarta a esa gran muchedumbre de mediocres, los considera útiles para la estabilidad de las sociedades,
pero advierte que “sin ellos no puede
concebirse el progreso, pues la civilización sería inexplicable en una raza
constituida por hombres sin iniciativa”. Para José Ingenieros no basta ser
honesto, ella está al alcance de todos. “De la honestidad convencional se pasa
a la infamia gradualmente, por matices leves y concesiones sutiles. En eso está
el peligro de las conductas acomodaticias y vacilantes. En pocos hombres súmanse el ingenio y la
virtud en un total de dignidad: forma una aristocracia natural siempre exigua
frente al número infinito de espíritus omisos. Credo supremo de todo idealismo,
la dignidad es unívoca, intangible, intransmutable”.
La pregunta que me hago con este enjundioso ensayo es ¿Tiene vigencia en este siglo posmoderno?;
¿Se puede considerar un libro decadente para esta época? La respuesta no puede ser con un sí o un no a
secas. Toda obra ensayística, científica, teórica, etc. pasa necesariamente por
el tamiz de la evolución humana. Dicho Ensayo tiene más de un siglo publicado y aunque su
vigencia estriba en las conductas humanas, en afirmaciones morales y éticas
desde el hombre común hasta los llamados hombres superiores, no obstante no
sirve como fuente de análisis absoluta para entender el hombre contemporáneo. Su
obra es calificada de “positivista” ya que este enfoque paradigmático parte de hechos
reales verificados por la experiencia. Sin embargo las ideas positivistas ya no
tienen vigencia porque la humanidad no
es un ser estática e inmutable. Hay nuevas corrientes filosóficas más
avanzadas como el método del Pensamiento
Complejo, cuyo máximo representante es Edgar Morín. Escribe “El cambio
nuevo plantea la expansión de la alta complejidad (múltiple comunicación,
libertades, gran autonomía de los individuos, policentrismo, descentralización,
policompetencias, tolerancia, dudas, inestabilidad, grandes posibilidades
evolutivas)”. El ser humano evoluciona con un sello familiar, cultural y
social, desde su nacimiento hasta su madurez en capacidades e intelectos,
valores morales y éticos con o sin prejuicios
y coexistencia entre unos y otros. Como dice esa vieja frase: Hay virtud en el malvado y maldad en el
virtuoso. No hay manera de ponerle un parangón entre el “ser malo” y el
“ser bueno”. Incluso las mismas ideologías, de cualquier signo, están de capa
caída ante los tiempos posmodernos. Ya es insuficiente analizar al hombre desde
planos individuales y subjetivos, desde la dicotomía. Lo que es bueno hoy,
mañana puede conducir a una catástrofe, véase en que ha terminado los grandes
avances científicos, los credos religiosos, las ideologías sociológicas
convertidas en dogmas huecas y en exterminios humanos. Sabemos que las
conductas humanas de cualquier signo moral y ético provienen de tiempos
inmemoriales y en todo caso José Ingenieros intento clasificarlas para
lo que debía ser el hombre moderno. Quizás el equívoco estuvo en la idealización,
en calibrar los comportamientos humanos desde la excelsitud de su pensamiento
filosófico.
El libro EL HOMBRE
MEDIOCRE tuvo su auge en Europa y Argentina, en los claustros académicos y
universitarios. Era la visión del hombre notable, culto, entregado a ideales
para la humanidad. Su zona oscurantista estuvo planteada en las ideas
darwinistas de la selección natural y
segregación racial. Afirma Ingenieros que “hay
hombre mentalmente inferiores al término medio de su raza, de su tiempo y de su
clase social; también los hay superiores.”
Formó parte de la triada “higienista”
junto con otros doctores reconocidos, ello significa segregar y demonizar a los
elementos indeseados que no se correspondían con los arquetipos tradicionales,
entre los que se encontraban la “escoria inmigrante”. Se dice que era
del gusto de José Ingenieros llevar a
sus clases muestras humanas de quienes eran considerados mediocres e
indeseable (básicamente prisioneros e indigentes). Las filosofías humanistas en todas las épocas
se han planteado el llamado HOMBRE
TRANSCENDENTAL, desde la dimensión metafísica - mitológica hasta la
dimensión materialista del hombre nuevo. Todas ellas están petrificadas en la
ortodoxia y mueren ahogadas en la impostura, denunciada por los pensadores de
la posmodernidad. Vuelvo nuevamente a Edgar
Morín que señala abiertamente lo siguiente: “Mientras el Dios de la salvación del hombre está grogui todavía, el
humanismo antropocéntrico, su vencedor, está a punto de hundirse en un
verdadero cataclismo ideológico, no solo bajo la presión de un cientificismo
que no conoce sujeto alguno, sino bajo la del Estado-Nación que es el
utilizador y decisivo de los progresos de la ciencia.” Incluso ese HOMBRE POSMODERNO va camino a una entidad abstracta o de una máquina
artificial, sin genitos, sin madre, sin infancia, sin individualidad, sin
subjetividad, sin alter ego, sin vida.
Esta obra vale la pena leerlo y/o releerlo, destacando conseguir sus aportes para ensamblarlos a
este tiempo, desde una postura crítica-reflexiva contrastando las épocas. La
experiencia humana es gregaria y se encuentra en la otredad, el compartir de cualidades y virtudes, de
zonas oscuras que nos desagrada auscultar.
Creemos que no somos mediocres, hipócritas, vanidosos, egoístas, insinceros, banales y
hasta estúpidos e incultos. Nos cuenta romper con el amor propio, el orgullo y
el egocentrismo. Eso se lo dejamos a los demás. Partimos en la vida de las
premisas que aprendemos en casa, en la familia, en la sociedad y aprendemos las
imposturas como cultura de desenvolvimiento social, entre las cuales tenemos la
manipulación como actitud, las imposturas, las creencias, la falsa modestia, la
mentira. Ellas nos acompañan en nuestro desenvolvimiento cotidiano. Cultivar lo
antagónico de la mediocridad forma parte de un mejor vivir para con uno y para
con los demás, significa ser mejor persona.
Su lectura hizo reencontrarme y hasta crearme conflictos entre lo que
soy y aparento ser, entre ese antagonismo que vive conmigo y que solo yo
conozco. Me hubiese gustado leer este
libro en mi juventud y desdeñar todas
aquellas basuras ideológicas y políticas que poco me ayudaron a crear un
pensamiento y a la transcendencia humana.
Hay un viejo tango, llamado CAMBALACHE, cuya letra es muy elocuente y patética, que complementa la obra de José Ingenieros y
que no hace falta mucho análisis para comprender su vigencia en un mundo que se
ahoga en el mar de la mediocridad y el pragmatismo, pero siempre con gente
dispuesta a salvarse y a salvarla.
Que el mundo fue y será
una porquería/ Ya lo sé, en el quinientos seis/ y en el dos mil también/ Que
siempre ha habido chorros/ Maquiavelos y estafaos/ Contentos y amargaos,
varones y dublé
Pero que el siglo
veinte/ Es un despliegue de maldad insolente/ Ya no hay quien lo niegue/
Vivimos revolcaos en un merengue/ Y en el mismo lodo/ Todos manoseaos
Hoy resulta que es lo
mismo/ Ser derecho que traidor/ Ignorante, sabio, chorro/ Generoso o estafador
Si uno vive en la impostura/ Y otro roba en su ambición/ Da lo mismo que sea cura/ Colchonero, rey
de bastos/ Caradura o polizón
¡Qué falta de respeto
qué atropello a la razón!/ ¡Cualquiera es un señor!/ ¡Cualquiera es un ladrón! Mezclao con Stravinsky va Don Bosco/ Y La
Mignon, Don Chicho y Napoleón/ Carnera y San Martín
Igual que la vidriera
irrespetuosa/ De los cambalaches/ Se ha mezclao la vida/ Y herida por un sable
sin remache/ Ves llorar la Biblia contra un calefón
¡Siglo Veinte
cambalache!/ ¡Problemático y febril!/ El que no llora no mama/ Y el que no
afana es un gil
¡Dale nomás, dale que
va!/ ¡Que allá en el horno!/ ¡Nos vamos a encontrar!/ No pienses más, siéntate
a un la’o/ Que a nadie importa si naciste honra´o / Es lo mismo el que labura/
Noche y día, como un buey/ Que el que vive de los otros/ Que el que mata, que
el que cura/ O está fuera de la ley.
Escrita por Enrique Santos Discépolo en el año 1934. Tiempos en que el mundo estaba en manos de tiranos de la calaña de Mussolini, Hitler y Stalin, en tanto que la oligarquía gobernaba en Argentina casi sin oposición, con la complicidad de radicales y socialistas. Discépolo murió pobre y decepcionado de la sociedad en que vivía. De allí que la letra de esta canción y muchas otras inauguran un estilo de desenfado político y social en el tango argentino.