jueves, 25 de agosto de 2016

DE LA CATEDRA ERASMO FERNANDEZ AL TECHO DE LA BALLENA. Por Angel Gustavo Cabrera.


Desde esta ciudad, que perdió su apellido  y que aún no sabemos cuál ponerle, emerge un personaje que lleva por nombre esta digna Cátedra poética para hurgar sobre el modo de la palabra, sus decires, contrastes, elocuencias, bravatas y cuanto de humano tenga el mundo en que vivimos. Escribe Erasmo Fernández desde la tierra que pisa: Rescate, dedicado a una arboleda a punto de ser arrasada por una construcción. Yarda a Yarda se disputan tierra/mar, cielo/ No queda un ápice libre en la geografía,/ pero el árbol de aquel patio/ con esa ave planeándose un vuelo,/ no le pertenece al mortal más avaro./ Ahora se hará poema y no podrán/ arrancárselo de las manos a nadie. Allí  está la carga del poema, para vengar, tomar, asir, testimoniar  la avarienta actitud de los mortales. Y es que las sonoridades de las palabras son proyectiles de protesta contra blancos donde solo llega el ojo del poeta. He allí este poema bastante contumaz cuyo título ya es una sentencia Respuesta de un traidor: Tranca, tranca, tranca/ Trancaron la avenida/ la calle del medio/ el callejón sin salida./ Llegaron los desposeídos/ con sus trastos/ caucho y candela./ Se hizo caos el día/ era fiero el barullo en la Gobernación:/ niños, mujeres, ancianos y jóvenes exigían viviendas, alimentación/ educación y respeto./ El Gobernador no dio la cara/ pero si dio/ la orden de arremeter con furia/ contra todo lo que oliera a pobre/ y empezaron las peinillas, las bombas/ patadas y coñazos./ (La tuya ripostaban,/ trancao con llave y candao// decían en desbandas perseguidos por la policía, tomado del poemario Saldadías de 1984. Hay allí una sed de justicia que el poeta no lo deja para que se resuelva a futuro sino   en el trajinar  de la vida con un final lúdico.  Pero su canto juglaresco adquiere vida infinita propia de los poetas trascendentes que no piden nada a cambio: UN POEMA es un racimo/ de palabras o imágenes/ que ningún artificio/ razonado puede desgajar,/ ni viento, invierno y fuego/ de todas las edades corroer./ El texto estará suspendido/  intacto./ Invicto entre gases de toda tentativa./ Al ser silabeado por el ojo/ acucioso del interlocutor,/ hará saltar chispa con vida/ de tiempo sin historias./ Transferirá su energética/ de arcano a quien sea,/ en cuerpo y alma,/ De siglo en siglo de por vida. Tomado de Encarnado al vuelo. 1998.
Gonzalo Fragui escribe unas notas introductorias en la OBRA POETICA, de ediciones Mucuglifo que recoge fielmente al personaje en tono de agradecimiento: “...un acto de agradecimiento por haber venido a Mérida. Agradecerle sus peleas, con los gobiernos, con las modas, con los policías, con los papeles literarios, con las burocracias. Agradecerle al poeta sus enseñanzas, agradecerle su falta de método y de sistema, porque el poeta enseña sin el fastidio del facilitador, del tallerista, del funcionario. Agradecerle al poeta su bondad y su rabia, porque no hay poeta fácil. El poeta a veces también enseña pero los dientes... ¡Salud Poeta!” Por su parte el poeta Alberto Hernández le dedica su poemario EL POEMA DE LA CIUDAD con el epígrafe: “a Erasmo Fernández, quien dice de la ciudad mejor que nadie” y escribe el poema Nacimiento: Erasmo cruza el relámpago,/ duerme en la boca abierta del sueño,/ se apareja con el poema/ apedrea los frutos del bombillo/ de la última calle de la madrugada/ Entonces la pesadilla enciende/ la ciudad.
Saldada esta cuenta que tenía con el poeta Erasmo Fernández, me ha estado rondando en la cabeza de donde proviene esa poética de Erasmo, muy a propósito de la creación de esta Cátedra, y por ende de muchos poetas y locos vivos o ya fallecidos. Sé que la lista es interminable, pero hay nombrar los que pasan por mi memoria: Zoraida García, Miguel Henríquez, Daniel Herrera, Eleazar Marín, Goyo Correa, Efrén Barazarte, Agustina Ramos, Tatiana Escobar, Pablo Acosta, Alejandro Ramírez, Manuel Cabeza, Alberto Hernández, Harry Almela, Wilson Camero, Rubén Serrano, Jaime Betancourt, Claudio Castillo,  William Hernández, Rosana Pasquier, Yolanda Pantin, Wilfredo Carrizales, Aly Pérez, Alberto Flores  y un largo etcétera. Pero esto no se queda allí, sino que continúa fuera del marco regional para extenderse al país nacional  y más allá de sus fronteras. Porque, como dice el Chino Valera Mora en su poema
Nuestro Oficio: Jamás la canción tuvo punto final./ Siempre deja una brecha, una rendija,/ algo así, como un hilito que sale,/ donde el poeta venidero pueda/ ir halando, ir halando, ir halando,/ halando hasta el mañana./Nosotros, los poetas del pueblo cantamos por mil años y más. (Tomado del poemario  Canción del soldado justo.1961).
Precisamente ese hilito conductor me da pie para llegar a la Pandilla de Lautremont, fundada por Víctor Valera Mora en la década de los años sesenta, de la cual forman parte Mario Abreu, Angel Eduardo Acevedo, Caupolicán Ovalles y Luis Camilo Guevara,  grupo por demás irreverente y contestatario en la poética y la plástica, sin afiliación a dogmas de cualquier signo ni partido político alguno. Eso no quitaba su militancia en las ideas revolucionarias vanguardistas identificadas con la lucha armada, de lo cual me voy a referir más adelante. Esta requisitoria me va a conducir al Techo de la Ballena y Tabla Redonda que destaca muy bien Javier Lazarte en el prólogo de las Obras Completas de Víctor Valera Mora, veamos: “Por otra parte, como desvincular su poesía (la del chino) de sus congéneres inmediatos de los primeros sesenta: el alucinado yo de Cuadernos del destierro o el tono entre bíblico y desenfadado de “Derrota” de Cadenas; el trabajo sobre el habla coloquial regional de Palomares; el humor negro y macabro de Fantasma y enfermedades o Los venenos fieles de Pérez Perdomo; la crítica de la selva urbana enajenante de Calzadilla; la poesía política de Aray, Guédes, Pereira o Acosta Bello, donde el poeta se muestra como una suerte de guerrero maldito; o el antecedente mayor de la irreverencia valeramoriana, el Caupolicán Ovalles con el largo poema ¿Duerme Usted Señor Presidente? , de cual cito un  fragmento: “EL PRESIDENTE vive gozando en su palacio,/ come más que todos los nacionales juntos/ y engorda menos/ por ser elegante y traidor/ Sus muelas están en perfectas condiciones;/ No obstante, una úlcera/ le come la parte bondadosa del corazón/ y por eso sonríen cuando duerme./ Como es elegido por voluntad de todos/ los mayoritarios dueños de inmensas riquezas/ es un perro que manda/ es un perro que obedece a sus amos,/ es un perro que menea la cola/ es un perro que besa las botas/ y ruñe los huesos que le tira cualquiera/ de caché./ Su barriga y su pensamiento / es lo que llaman Water de urgencia./ Por su boca corren las aguas malas/ de todas las ciudades/ Con sus manos destripa virgos/ y/ como una vieja puta/ es débil/ y orgulloso de sus coqueterías./ Se cree el  más joven/ y es un asesino de cuidado/ Nadie podrá decir/ cuál es su gesto de hombre amado,/ porque todos escupen su signo/ y le dicen cuando pasa: <<Ahí va la mierda más coqueta>>/ Cuando/ se paga la luz/ el teléfono,/ el gas / y el agua,/ como un recién-nacido/ entre cuidados y muelles colchones,/ la vieja zorra duerme./ Nada le hace despertar./ EL PRESIDENTE vive gozando en su palacio.”

El techo de la Ballena representó una ruptura con las visiones clásicas del arte poético y plástico, pero a su vez conectado con  el propio continuo histórico de la vanguardia intelectual  con la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en 1958. Los destaca Juan Calzadilla en un prólogo reflexivo denominado Los años Turbulentos: “La vanguardia intelectual se estima parte interesada en el debate, interviene, actúa, sale de su burbuja estética y abandona el refugio de la clandestinidad, hostigada por los secuaces del régimen betancurista , para incorporase a la vida pública y dar a conocer  su escepticismo, su anarquía, su ideario liberal comprometido con su arte de minorías. Lectores de los clásicos, admiran a Saint John Perse, Faulkner, Huxley, Eliot, Mann, Breton y los surrealistas, a Rilke, A Vallejo, Pesoa y Huidobro, y hacen una literatura de aspiración metafísica, alejada de la tradición retórica. Surge Salvador Garmendia, Adriano González León, Ramos Palomares, Rafael Cadenas, Efraín Hurtado, Mary Ferrero, Carlos Contramaestre, Caupolicán Ovalles y muchos otros.”   




                                         
En Caracas, dan a conocer su Primer Manifiesto aparecido en una publicación titulada Rayado sobre el Techo, Ediciones de El Techo de la Ballena, 1961,  que dice: “¿Por qué la ballena?, pregunto alguien con esa irritante necesidad reflexiva que muestra a veces quien, justamente, no tiene cómo explicarse para qué ha nacido. Y es que hay una manera de justificar el hecho de no tener respuestas, jugando pomposamente, profesoralmente o con falsa ingenuidad, en medio del vacío, con el quehacer de los demás. En el disparadero mental de nuestra cultura, en medio de esta salsa musgosa de país sometido y vejado, en esta especie de muladar de los grandes consorcios, es quizás lo menos esperar actitudes semejantes… Necesidad de la acción: de una poesía y una pintura  acción. Poblar, despoblar, declararse en huelga, santificar los niples, tirar las cosas a la calle. Una aventura en la cual el propio riesgo de la consumición del artista es en sí valedero como quehacer estético y humano. Actividad y pasión al rojo vivo, porque el trabajo paciente y el llamado buen juicio solo ha servido para conducir a la academia, a los decanatos, a la administración o al disfrute del buen padre de familia… Una simple navegación por el agua botada o los desechos dejados por la BALLENA significa al menos para nosotros, el encuentro con una certidumbre: la pintura y la poesía en nuestro país no podrán seguir siendo un manso escalonamiento de honores, que se obtienen impunemente, pues no hay vías pacíficas que permitan el llamado disfrute de la consagración. Todos los títulos, los documentos, los apellidos, las influencias, los conciliábulos, los premios, prodúzcanse ellos en las escuelas universitarias, en los museos o en las casas de los mecenas, no adquieren por eso su única solvencia y están sometidos a una vigilante línea de fuego… Ese empuje hacia lo desconocido que pueda acrecentarnos la razón de vivir y contaminar los instrumentos de una sustancia corrosiva que cambie la vida y transforme la sociedad.” Creo que los fragmentos citados explican por si solo su carga critica, reflexiva, punzante, mordaz, hurgando nuevos horizontes creativos y contestatarios. Quien se dedique a investigar más de las cosas que dejaron estos balleneros, no  encontrará ninguna alusión a ideologías, dogmas y ortodoxias, muy a pesar que eran los tiempos donde las ideas marxistas y socialistas estaban en boga. Esto será de cardinal importancia para la posteridad y  por lo que hoy estamos atravesando, que es  el tema final de este borrador o paseo por antecedentes vitales del hecho cultural venezolano.
Lamento decirlo, pero hoy es una realidad,  la cultura en Venezuela en sus manifestaciones más sensibles ha  estado sometida desde los inicios de este siglo al sesgo político-ideológico-dogmático-sectario  de quienes gobiernan. Sus intelectuales, poetas, pintores, han quedado sometidos, escrutados, vigilados, dominados, entre líneas fronterizas que ya poco se comunican. El Estado ha logrado separarnos, dividirnos. Hay quienes reciben todas las loas, los premios, los reconocimientos, mientras hay  otros que son despreciados, calumniados, atropellados y en el peor de los caso ignorados, recordando la Cuba de los años sesenta que vilipendió y atropello a los poetas y artistas que no estaban identificados con ese modelo pro soviético en una etapa de su revolución conocida como “época oscura”.  No basta lo que está pasando en el mundo entero con el derrumbe de los modelos socialistas y sus divisiones fascistas, no basta la caída del Muro de Berlín, hoy todo queda circunscrito a las órdenes de Miraflores  y su entramado militar. La línea editorial del Perro y la Rana, Monte Ávila-Editores pasa por la censura de quienes determinan la política cultural-comunicacional  del Estado. Hay que ser valiente para decirlo, recordando a Valera Mora en su clásico poema Con Nombres Propios, de un lado está Calzadilla, Crespo, Pereira, Earle Herrera, Tarek William,  Luis Brito Garcia, Néstor Francia, etc. gozando de las mieles del poder, obviando una gran verdad que ya se ha vuelto clásica: Los intelectuales, artistas y poetas no deben anexarse al poder y gobierno constituido porque quedan sometidos a sus  designios y decisiones, pierden el derecho a opinar y hablar con pensamiento propio, son marionetas que hablan  al son que les toquen. Y lo digo con sinceridad, es para mí penoso esta afirmación. Del otro lado está Leonardo Padrón, Laureano Márquez, Rafael Cadenas, Adriano González León (fallecido), Rodolfo Izaguirre, Alberto Hernández,  Harry Almela, Cesar Miguel Rondón Alberto Barrera Tiska, etc. sin ataduras y gríngolas, pudiendo expresarse libremente aún con  las limitaciones que establece está mal llamada “Democracia participativa y protagónica”. Lo que expresaba en un artículo de opinión en julio de 2014 cuyo título era “La cultura sin cortapisa”, como una advertencia, hoy tiene una vigencia mayúscula: “Hay que reflexionar sobre lo que está sucediendo y las transformaciones que deben ocurrir en todos los estamentos de la sociedad de cara al siglo XXI. Las posturas fundamentalistas, dogmáticas y míticas conducen al pensamiento absolutista, homogéneo y unilateral, en el fondo representan al pasado de persecución y exclusión en nombre de una ideología y de un poder hegemónico. Hacen un daño terrible porque se lanza al foso una historia, que ha construido una venezolanidad, un modo de pensar y actuar, de hacer cultura, que debe abrirse, ahora más que nunca, a la diversidad cultural”.
Creo sí, hay que recuperar esa historia  del Techo de la Ballena, irreverente y creativa, incluso ir y venir en toda nuestra historia republicana desde la búsqueda en el hecho cultural venezolano y no cerrarnos en construcciones ideológicas cerradas y obsoletas. Como bien lo plantea el poeta  Rafael Cadenas: “El poeta moderno habla desde la inseguridad. No tiene más asidero que la vida. Seguramente una voz queda le dice en los adentros: La época de las causas terminó. Ya no puedes aferrarte a religiones, ideologías movimientos, ni siquiera literarios. Se acabaron las banderas. Pero este desengaño lo libera para luchar en otra clave por lo que religiones, ideologías, movimientos que  dicen defender: lo religioso, lo humano, lo valedero. Esa voz, que parece la del nihilismo, podría ser más bien la voz de la vida que desea recuperarnos”.


                                                                                                                        Angel Gustavo Cabrera. Maracay. 15-07-2016

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