UN CUENTO DE NAVIDAD VENEZOLANO
PARA MI MADRE Y MI
HERMANA MAYOR QUE SE FUERON CALLADAMENTE
En homenaje a ese gran escritor inglés CHARLES DICKENS (1812-1870) escritor de sabia combinación de
contrastes risa- llanto; pobreza-riqueza; bondad-perversidad,
egoísmo-solidaridad, siempre con un mensaje aleccionador. Charles Dickens tenía
una convicción en el ser humano y sus capacidades innatas de mejorar su vida.
TODO SUCEDIO en aquel modesto barrio donde sus habitantes celebraban
la navidad como el regalo más grande enviado desde el cielo, la natividad de
Cristo Jesús. Las calles se llenaban de luces coloridas, las casas pintadas con
sus arbolitos y nacimientos. La eterna diatriba entre San Nicolás o el niño
Jesús que llegaría la noche de pascuas. En cada casa, por más humilde que
fuera, en la mesa se encontraban unas hallaquitas, dulce de lechosa, pan de
jamón y hasta en algunos la llamada torta negra y el pernil de cochino. La idea
era pasar la noche en abundancia, con mucha alegría y solidaridad en el compartir,
con la intención que el próximo año fuese mejor. Y no faltaba la música
navideña, los aguinaldos y gaitas. La gente cantaba aquella vieja canción de
una famosa orquesta de guaracha: “Navidad que vuelve/ tradición del año/ Unos
van alegres/ otros van llorando/… hay quien tiene todo/ todo lo que quiere/ y
sus navidades/ siempre son alegres/ la vida que vuelve/ vuelve la parranda/ en
noche de reyes/ todo el mundo canta”. En realidad la gente se arropaba
hasta donde le llegara la cobija, pero la celebración era general.
Ese optimismo y entusiasmo se fue apagando en los últimos
años por la falta de los alimentos, además del costo de los mismos con unas monedas y billetes que
no valían nada. Hasta que llegó el año D, identificado por una tragedia tras
otra y una peste universal venida de un país oriental, que no paraba en la
posibilidad de controlarla y la mayor exigencia era evitar el contacto entre
las personas y quedarse en casa para resguardarse de este azote mayor.
Aparte de la pandemia que azotaba a pueblos y ciudades, sin
distingo de colores y posición social, toda la nación atravesaba por una
profunda crisis social, económica y política por una dictadura que gobernaba el
país desde hace muchos años y poco le importaba el sufrimiento del pueblo. Los
desaciertos de sus medidas causaron una
gran calamidad y hambruna en la población, que hacia recordar tiempos
históricos donde “los dientes estaban de
más”. En esos años, millones de
personas, entre jóvenes, adultos y niños, preferían dejarlo todo y aventurarse
un mejor destino en otras naciones hermanas. Ese año fue el peor de todo con la
emigración, en muchas casas se quedaban los ancianos y mayores de edad en una
soledad absoluta mientras los jóvenes probaban suerte en otro país. La gente estaba al borde de la locura,
vendían todo lo útil que tuvieran en casa, hacían trueque por alimentos y los
más pobres revisaban contenedores de basuras para ver que encontraban para
vender o comer. La parca se había apoderado de pueblos olvidados, los niños perdían peso y no los motivaba el
colegio. Quizás lo bonito del asunto es que estaban dispuestos a resistir, a
ajustar los exiguos presupuestos con las remesas que llegaran del extranjero,
algún trabajo extra para ganarse el pan
de cada día. Otros empezaron a sembrar y a criar gallinas y conejos en casa
para garantizar el sustento diario. El
pueblo se llenó de expresiones populares, desde su ignorancia y cristiandad: “esto se lo llevo quien lo trajo”, otros
se santiguaban y decían “Ave María
Purísima sin pecado original”, “Dios aprieta pero no ahorca”. Los más
optimistas decían “hay que tener paciencia, esto se va a mejorar”. Mientras otros
se echaban a morir en sus casas, esperando la caridad divina. Todos ansiaban un
nuevo gobierno pero no hallaban que hacer, entonces lo que quedaba era luchar
por la subsistencia.
En aquel barrio, otrora prospero, había una casita como la del nacimiento del niño
Jesús, donde sucedieron los hechos que a continuación voy a
relatar.
Era el mes de
diciembre, con un presagio muy triste
que nadie advertía, los vecinos se disponían a ver que hacían para no dejar que
muriera la navidad. Como les decía, todo ocurrió en aquella casita blanca que se llenaba de verdor y guirnaldas para mostrar
la magia de esos días. La hija despertaba a su madre y le decía: - “Mamá, mamá, ya entró el mes de diciembre y
no hemos nada en la casa, como todos los años”. La madre soñolienta le responde: - “Hija este año he estado muy enferma, además
que preocupada por la salud de tu abuela. Además tus hermanos se fueron del
país y solo quedamos tú y yo, y la
abuela Mela que viene en las tardes, ya
nadie viene por aquí, la peste ha empeorado todo”
La hija cavila y se hace un silencio que rompe con una
petición: “Y el cuento de navidad que me
lees todos los años…”. La madre, ya un poco más espabilada le responde: “ah se me había olvidado hija, de verdad
perdóname, acuérdame mañana para buscarlo en la biblioteca”. La hija resignada le responde: “-está
bien mamá”
Esa tarde, como la abuela Mela no se acercaba a la casa, le
dijo a su hija que se arreglara para visitarla, aunque a decir verdad no había
ni que salir a la calle porque por el solar había una puerta que se comunicaba.
Llegaron allí y la vieron sentadita en una mecedora de mimbre con la mirada
extraviada. Asombrada le pregunta en voz alta por la sordera: -“¿Qué te pasa mamá que no fuiste a tomar café
como siempre?”. La abuela Mela se queda como si no fuera escuchado y al
final le responde ante una segunda insistencia: “-Es que tú no tienes azúcar, y sabes que no me gusta el café amargo”. La
hija le dice: “-Abuela, abuela, la vecina
nos regaló un poquito.” Y la madre le dice: “-Vente, vamos a tomar café, que
me quedó como a ti te gusta, vamos”. La abuela accede y lentamente, paso
tras paso se van caminando a la casa contigua.
Esa noche, como
siempre lo hacía, acompañó a su hija a su cuarto, le preparó el sedante
para dormir, un beso en la mejilla y le dio la bendición con amor. No se sentía
bien, los problemas de la tensión, los dolores en las piernas, ya casi no veía
por un ojo y para colmo se le estaban olvidando las cosas. Se acostó en su
ancha cama y se puso a pensar en el reclamo de su hija esa mañana. No pasó
mucho tiempo que conciliara el sueño y bajo un cántico de villancicos estaba
allí sonriente y alegre por la llegada de la navidad. Soñaba con el cuento de Charles Dickens representado en una
obra de teatro y las lecciones de los tres fantasmas de la navidad. Lo curioso
es que en la representación estaba su hija como un personaje infantil que le
gustaba celebrar la navidad y molestaba al Señor
Scrooge. También su abuela haciendo el papel de la Sra. Dilber, una lavandera. Y hasta ella se vio retratada en la Señora Fezziwig, digna esposa del señor Fezziwig. Al final la celebración
de la navidad con comida en abundancia, hallacas, torta negra, pasapalos, el
tradicional pernil y el infaltable pan de jamón. Incluso no faltó la celebración
con un buen vino que un tío trajo de Buenos
Aires.
Al día siguiente no recordaba nada del sueño, pero su ánimo
había cambiado. Temprano despertó a su hija y juntas revolvieron las cajas
donde guardaban las partes del pino navideño, las luces de colores y otros
adornos alusivos a la navidad que hace años le habían llegado del Norte.
También la caja enorme del nacimiento, que guardado con mucho celo, lentamente
sacaban las casitas, el papel marrón para las montañas y el verde para los
valles, además de los personajes
principales. Su hija encantada le hacía preguntas sobre la celebración de la
navidad y ella le respondía amablemente. Al final la sala principal cambio y un
ambiente de alegría envolvía la casa. La hija le recordó que en la noche, antes
de dormir, comenzará a leerle el cuento
de Charles Dickens, a lo que ella respondió afirmativamente con mucho
agrado. Al fondo de la casa se escuchaba una canción de la radio, cuya letra
era cantada por una voz femenina muy bella que decía: “Venezuela/
tan bonita Venezuela/ La Virgen de Coromoto/ sabe que llorando estás/
Venezuela/ Venezuela/ Venezuela/ Nuestro Santo Tío Simón/ habla tú con papá
Dios/ dile que traiga la libertad y la limpieza de tú amor/ mientras tanto/ yo
le canto tu plegaria Tío Simón…” A
la madre se le asomó unas lágrimas que no quiso que su hija la viera para no
entristecer el bonito momento.
En la tarde llegó la abuela de su casa vecina y vio
sorprendida el cambio en la sala principal y la alegría que había en el
semblante de su hija y la nieta. –“¿Qué
te parece abuela? ¿Te gusta como quedo el nacimiento y el arbolito?” La abuela le contesto: -“claro nieta, está muy bonito, en esta casa llegó la navidad”. Entonces la madre le dijo: -“Espera que voy a preparar un café, como a
ti te gusta y un pan dulce”. Al
final se sentaron en el pasillo a conversar mientras la hija se ocupaba de los
detalles del arbolito.
-“¿Mamá te acuerdas las celebraciones que hacíamos en
los años pasados cuando toda la familia se juntaba?” Y la abuela Mela
respondía: -“Claro que me acuerdo, las
cenas navideñas, el 31 nos quedábamos hasta tarde, aunque yo me iba a dormir
después del cañonazo”. –“Si mamá, nunca nos faltó nada, y no éramos
ricos, pero siempre le poníamos corazón a las cosas” le contesto ella. La
abuela interrumpió -“Pero estos últimos años todo ha empeorado y
con la peste ya nadie está seguro de la vida”. -“Así es mamá, este año va a ser más triste, pero hasta ahorita no nos
hemos acostado sin comer, esperemos que podamos llegar hasta el final de este
año porque tampoco es que tenemos mucha salud”. –“Si hija este año estamos solas,
y que Dios guarde a nuestros hijos… Me
voy para mi casa, descansa, mañana es otro día… Dios proveerá”, dijo la
abuela
Esa noche la madre acompañó a su hija hasta su cuarto, y
abrió el libro Cuento de Navidad de Charles Dickens y comenzó a leer frente a la hija interesada y en pleno
silencio:
“-Cuento de Navidad /
Prefacio. He procurado en este pequeño
libro de fantasmas, dar del espectro una idea que no inquiete a mis lectores ni
respecto a ellos mismos, ni con sus semejantes, ni con las festividades
sagradas, ni conmigo mismo…” (La
hija interrumpe): “-Mamá, mamá, ¿tú crees en los espectros?” La madre le
responde: “-Si hija, son espíritu que
cuando tu menos lo piensas te pueden aparecer. Hay fantasmas benignos y también
los hay malignos. En este caso los espectros que le aparecen al señor Scrooge son aleccionadores, es
decir le dejan una enseñanza. Pero eso siempre me lo preguntas hija.”
Entonces la hija le responde: “-Es que siempre me gusta recordarlo”. La madre continua: “-Que vague por su casa placenteramente, y que no le vengas ganas de
quedarse en ella. Vuestro sincero amigo y servidor. Charles Dickens. Diciembre de 1843.” Exclama la hija: “- Mamá ese cuento es viejo y siempre se
recuerda, no pasa de moda”. Ella le
responde: “-Si hija, este cuento ha sido
llevado al cine y al teatro muchas veces. Incluso nuevas versiones con personajes
que no les gusta la navidad. Lo que pasa es que la navidad está llena de amor,
encuentro, compartir, dar y recibir regalos. Y hay gente que no es así, que es
demasiado egoísta, huraño, que no trata a nadie, que solo esté interesada en hacer dinero y tener
propiedades. Pero déjame continuar mi amor para avanzar un poco esta noche.”
La madre empezó a leer el primer capítulo y al cabo rato observó que su hija se
estaba cerraba los ojos, en señal de sueño. Como sabia, que aún escuchaba siguió leyendo por un rato, hasta que decidió detenerse en la Segunda
Estrofa para ir a descansar.
Al día siguiente la madre se despertó con un poquito de
entusiasmo, aunque con sus dolencias acuestas. Su hija seguía durmiendo y
decidió acercarse a la casa de su madre. Al llegar, todo estaba en silencio y
la puerta cerrada. Se preguntó “-¿Pero si mamá siempre se despierta
temprano, qué estará pasando? Voy a llamarla en voz alta: Mamá, mamá, mamá…”
Asustada repitió hasta que escuchó una vocecita: “-ya voy, ya voy”. Se paró lentamente de la cama y trastabillando
llegó hasta la puerta de la cocina y su hija angustiada le dijo: “-Madre, que te pasa, no te sientes bien,
tengo rato llamándote y no respondías, tu siempre te levantas primero que yo,
pensé que te había pasado algo” Ella le responde: “Hija no la pase muy bien, en la noche me desperté varias veces y tuve
un sueño raro… “-Y lo recuerdas” interrumpió ella. “-Si claro, eran unos ángeles que
nos venían a buscar para cenar con Dios, imagínate que fantasía, al
final desperté cuando se disponían a llevarnos”. Entonces ella le
respondió: “-Me asombra tu sueño mamá.
Bueno me alegra que estés bien, vamos a tomar café del tuyo, el día está un
poco frio por la navidad y me provoca un café con un pedazo de pan.”
Cuando regresó a su casa, sorprendió a su hija leyendo el Cuento de Navidad y como a ella le gustaba leer pasó casi todo el día leyendo entretenida y ya en la noche, le preguntó a su Madre: “-¿mamá, mamá, la abuela Mela no vino esta tarde, se siente mal? La madre le respondió: “-Tú sabes que ella esta quebrantadita de salud, tu abuela Mela tiene 93 años, hay que estar pendiente de ella. La hija le dice: Si mamá, mañana me voy a quedar con ella, vamos a leer el final del cuento que me gusta muchísimo.” La madre exclamó: “-Sé que te gusta, ya perdí la cuenta de tantas veces que te lo he leído y siempre hay una pregunta nueva cada año, vamos” Y comenzó a leer modulando la voz de acuerdo a los personajes y el contexto:
“-El final de todo.
¡Sí! El pilar era el suyo. La cama era la suya. La habitación, su propia
alcoba. Pero lo mejor y más feliz era que todo le pertenecía: el tiempo que
tenía ante sí era suyo, y podía introducir en él las enmiendas que apeteciera.
-¡Viviré en el pasado, en el presente y en el futuro! –Repetía Scrooge, bajando de la cama- .Los
espíritus de los tres han hecho todos los esfuerzos posibles dentro de mí. ¡Oh,
Jacob Marley! ¡El cielo y las
navidades sean benditos por ello! ¡Lo digo postrado de rodillas querido Jacob,
sobre mis rodillas!”
La hija la interrumpe. “-Imagínate que
arrepentido estaba el Señor Scrooge que le aparecieron primero el fantasma de su
niñez y juventud, segundo el de rico y avaro mercante, y el tercero le
mostraba lo que sería su futuro de
continuar así. ¿Y será que pudo cambiar al final de sus años mamá?” Ella le
escuchaba atentamente, le respondió: “-Mi amor, ser un verdadero cristiano
significa que al darse cuenta de tus malas actuaciones y conductas, puedas
cambiar de actitudes tanto para ti como para el prójimo. Al Señor Escrooge se le reveló los tres
espíritus y el último le señaló que le esperaba de continuar así al morir.” Continúo
su lectura, y cuando llegó al fin, su
hija, que esta vez no se durmió, le hizo una pregunta que nunca le había hecho:
“-mamá,
¿abuelita y tú no se parecen al Señor
Scrooge verdad, no tiene de que arrepentirse?” Ella le contesto: “-Hija tanto tú abuela como yo, que soy la mayor
de mis hermanos, hemos tenido una vida digna, de trabajo, de entrega a la
familia que hemos levantado con mucho amor y cariño, compartiendo los momentos
malos y buenos de la vida. No ha sido fácil hija mía. Tu abuela levantó cinco
hijos y yo cuatro, ambas nos sentimos orgullosas de ellos aunque en estas
navidades no estén a nuestro lado por las razones que tú conoces. Claro que
hemos cometido fallas, pero nada como ese Señor
Scrooge, hemos sido madres sacrificadas, desprendidas y también hemos
recibido amor de nuestros hijos, cada
uno a su manera. En ese cuento de Charles
Dickens hay familias como nosotros, humildes y pobres, que superan los
avatares de la vida y crecen celebrando las navidades como el mejor momento de
encuentro familiar.” Ya era tarde, su hija cerraba sus ojitos, por lo que
terminó de hablar y se fue a su habitación.
Ya acostada se durmió plácidamente hasta que una intensa
iluminación cubrió la habitación y ella se tapaba con los brazos para no cegar
su vista. Lo extraño es que no sintió miedo, y una voz suave e infinita le
habló: “No temáis, soy enviado de Dios
para anunciarte que el día del nacimiento de Jesús, estarás con nosotros en la
eternidad. No debes revelárselo a nadie. Han sido seleccionadas por el Señor para
estar en la corte celestial y cenar con nosotros.” Después volvió lentamente la oscuridad de
la noche y un manto sagrado cubría su piel. Ella siguió durmiendo en un sueño
profundo y muy luminoso.
Víspera de la navidad, todo cambió en aquella casa. Algunos
vecinos le regalaron ingredientes para hacer unas hallacas y una ensalada de
gallinas. La abuela Mela mejoro un poco de salud y compartía todas las tardes
el cafecito con su hija. Un día antes de la navidad le dijo: “Estoy sintiendo que está llegando nuestra
hora de partir hija, ya nuestra misión en la tierra se está cumpliendo”
Ella le respondió: “-Madre, estoy
resignada, los designios de la Santa Palabra son sagrados y hemos cumplido con
nuestros deberes. Bienaventuranza en lo
que está por pasar madre”.
Y llegó el día señalado, 24
de diciembre, muy temprano la hija se despierta y le dice a la madre:
“-Mamá, mamá, tuve un sueño muy bonito.” “-¿Qué soñaste hija? Le pregunta la
madre. “- Con el cuento de Panchito
Mandefua que fue a cenar con Papá Dios”. La madre exclama: “-Guao, que bueno,
ese cuento es del escritor venezolano José Rafael Pocaterra, lo hemos leído alguna vez, y dime que
recuerdas del sueño”. La hija le responde: bueno cuando a Panchito Mandefua lo
atropella un carro y queda inconsciente en plena calle y sube al cielo a cenar con Dios. Imagínate que
distinción para ese niño limpiabota mamá”. “-Claro hija, porque a los ojos de
Dios no hay diferencia, todos somos iguales: Negros, blancos, pobres, ricos,
ancianos, jóvenes. Como el cuento de La
Iguana Rosada de una poetisa
venezolana de nombre Margarita
Berroterán que termina así …” La interrumpe la hija, “- déjame decirlo a mí que esa fábula
la leíamos en la escuela y hasta
una obra de títeres hicimos: “Por
ese lindo color/ que tienes amiga buena/ todos hemos acordado/ que de aquí serás
la reina/ Se organizó una gran fiesta/ con comida y golosina/ en aquel bosque
moderno/ carro, jacuzzi y piscina/Y este cuentito moderno/ con alegre final
acaba/ un trono de bellas flores/ para la Iguana Rosada/ Esto demuestra al
mundo/ que no importan los colores/ porque a los ojos de Dios/ todos tenemos
valores.” La madre le dice: “-Bueno hija ya es navidad, vamos a casa de la
abuela Mela a ver que está haciendo, pero me dejas hablar a solas con ella que
tengo que decirle algo, que tú no puedes saber.” “-Está
bien mamá…no te preocupes…vamos.
En la casa la abuela Mela está
sentada como siempre en su mecedora y se nota apacible escuchando el canto de
los pájaros. “-Mira hija que bella está
la planta de navidad, sus hojas rojas en señal de navidad.” Ella le
responde: “- Si madre, también es
conocida como Flor de Pascua, en mi
casa también floreo hermosa. Voy a aprovechar que hablemos sobre el asunto de
esta noche, yo tengo planeado que celebremos temprano en la casa con lo que
tengamos y antes de las doce a dormir, ya todo está, listo con mi hija. Mañana
cuando despierte una amiga la viene a buscar, mientras vienen sus hermanos-
Madre es triste despegarse del plano terrenal, pero siento que ha llegado la hora, en el
fondo lo que hago es aparentar, porque no me siento bien de salud. ¿Cuéntame y
tu cómo te sientes? La madre, escuchando con atención, le responde: “- Ay hija, nada bien de salud, pero con una alegría inmensa, siento que
ya cumplí con mi deber y no tengo más nada que hacer aquí, y ahora menos con
todo esto que estamos viviendo. Ya mis hijos crecieron y son hombres y mujeres
de bien, y tú ni se diga hija, a pesar que
no te crie cuando estabas chiquita, pero tú sabes, éramos muy pobre y yo
tenía que ver como hacía con los otros, tú eras la mayor, por eso te dejé unos
años con tu madrina de confirmación”. Ella
le interrumpe: “Madre no sigas
afligiéndote por eso, que yo lo comprendí y mi alma esta curada de
resentimientos. Pensemos en este largo viaje, que es definitivo, ya cumplimos
con nuestra misión aquí en la tierra. Me
voy para la casa, te espero esta noche para compartir y pasarla bien, nada de
llorar, debemos estar serenas y tranquilas, con mucha paz en nuestros
corazones.” “- Es así hija, vete tranquila” responde la abuela Mela.
En la noche había un ánimo de compartir en todo el barrio,
pese a todo, y cuando estaban allí las tres mujeres reunidas, tocaron a la puerta. ¡Que sorpresa!
De una camioneta se bajaron varias personas conocidas. ¡Albricias! Fueron
entrando uno a uno por el amplio pasillo. ¿Quiénes eran esos personajes?: Una
joven de Canadá que ella había recibido en su casa por varios meses con su
pequeña hija, Cinco amigos familiares de la abuela Mela, que había alojado
en su casa en tiempos distintos, cuando
era más joven. Todos al unísono dijeron en coro: “¡GRACIAS POR TODO. NUNCA LAS HEMOS OLVIDADOS!” Y con ello entregaron regalos y comida.
Hablaron de sus experiencias y al final destaparon una botella de champagne
francesa y cantaron unos aguinaldos. Llegó la camioneta a buscarlos nuevamente.
Todo era felicidad hasta que llegó la hora de despedirse y
las tres mujeres se dieron un largo abrazo, dijeron: “¡FELIZ NAVIDAD!” y cada una se fue a su cuarto a descansar.
En la madrugada, pasada un poco más de la medianoche, ya en ambas casas se sentía un vacío y un silencio sepulcral que indicaba la partida. El misterio se había cumplido. Nunca más se supo de este par de honorables damas y algunos vecinos afirman que hay una luz en ambas casas que parpadea al amanecer por algunos instantes cada 24 de diciembre al amanecer.
Angel Gustavo Cabrera.
Diciembre de 2021.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario