domingo, 15 de noviembre de 2015

TARTUFO EN EL SIGLO XXI

TARTUFO EN EL SIGLO XXI   Por Angel Gustavo Cabrera



“Me he preguntado que será más fácil de reconocer, si la profundidad del Océano o la profundidad del corazón humano”  Isidore Ducasse. El Conde de Lautremont
“El socialismo no es sino un cristianismo degenerado”   Albert  Camus
“No hay nada más odioso que un predicador aficionado que anuncia su propia palabra y dogmatiza sin autoridad”. (Guez de Balzac) 


“Todos saben que ese miserable, que debe ser desenmascarado, se abrió paso en el mundo gracias a sus trampas…Llámenlo bribón, infame y perverso maldito: todo el mundo está de acuerdo en esto y nadie dirá lo contrario”. Moliere. Obra de Teatro Don Juan.

Cuentan que aquel   hombre fue un ser   enviado de Dios a la tierra. Su accionar clamaba por la justicia, la verdad, la igualdad y la libertad. Su palabra era diáfana, límpida, llegaba a los más recónditos lugares y su vista se perdía en el horizonte de los desarrapados del mundo. Su mirada era profunda y ¿Quién contra él? Nadie. Era el propio Mesías, el redentor, el eterno. Como olvidar aquella imagen frente a las masas con una ligera lluvia que inundaba su rostro, y el impertérrito frente  a una muchedumbre que lo clamaba con fe ciega. Sus adversarios, eran condenados al ostracismo o bien la espada justiciera caía sobre sus espaldas con epítetos y maldiciones. Bajo su reino hubo felicidad social de los pobres gracias a los buenos negocios y las dadivas que entregaba.  Pero como todo no es paz y amor, como siempre, los insidiosos, los malintencionados,  los intrigantes, los traidores,  pretendieron quemar sus naves con  pérfidas acciones  y casi que logran derrocarlo. Pero, como era el ungido de  Dios, logró recuperarse,  y sobre todo,  pactar con un Monarca diabólico, vecino, que llevaba más de cien años gobernando a su pueblo con métodos maquiavélicos, populistas, demagógicos y represivos cuando fuera necesario. Siempre hablando en nombre del pueblo, la necesidad de ser idolatrado so pena de castigos de los fieles. La justicia era él.
Este Rey recuperó  el trono y la majestad de su poder, solo que ahora se considera imprescindible, único y eterno.  Sabía que con sus influjos, su carisma y la manipulación del discurso, siguiendo los preceptos del Príncipe Maquiavelo, no tendría enemigo que le aguantara una batalla. Si había que ser hipócrita, el poder lo era, si había que mentir,  el   poder era una gran mentira. Todo eso lo había aprendido de su amigo monarca.    Solo comprendió dos cosas: primero no tener escrúpulos para el engaño y segundo la vulnerabilidad de las masas ante la fe doctrinal e ideológica.  Esa eran  las enseñanzas de la historia  religiosa  y las doctrinas para dominar per se. Un solo estandarte vida o muerte por su credo vehemente.  HASTA AQUÍ ESTA HISTORIA, LE CORRESPONDE AL LECTOR FINALIZARLO.  

Volvamos ahora al título en cuestión:
TARTUFO es una obra clásica del siglo XVII (1664) escrita por Jean Baptiste, conocido como Moliere. El centro de la obra es dejar al descubierto a Tartufo por hipócrita y falso en su conducta humana, el cual es castigado con prisión al  Rey dase cuenta de su mal procedimiento. El mismo Moliere señala en su primer Memorial que la intención era: “corregir a los hombres divirtiéndolos… y entre todos los vicios del siglo, la hipocresía es, sin duda, uno de los que más se usa, de los más molestos y peligrosos” La idea era <<reconocer de inmediato a un verdadero y completo hipócrita>> Considero que para ese tiempo era una obra revolucionaria, a pesar de que está escrita en forma de comedia teatral, la intencionalidad es clara,  el dobles de la condición humana, de lo cual se pensaba, creo yo, que se podía abordar para ejemplificar y buscar correctivos de cambio.

Ahora, me pregunto ¿Por qué esa obra tiene una vigencia impresionante y las compañías de teatro, cada cierto tiempo, la montan en los grandes teatros haciendo grandes inversiones en vestuario, escenografía, orquesta sinfónica  y pago de actores? Es probable que sea por lo magistral de la obra clásica, y,  como está hecha en forma de comedía, el público se divierte, pasa un buen rato y no sale con dolores de cabeza, porque hoy en día todos llevamos un hipócrita por dentro. ¿Quién lo niega?, es parte de la conducta  humana y eso ya no escandaliza a nadie.  Hoy a nadie condenarían por hipócrita, más bien aquel que intenta no serlo es calificado de estúpido. Algo así como aquella parábola cristiana que dice: “Quien se crea libre de pecados (de ser hipócrita) que lance la primera piedra”. Nadie podría lanzarla.
¿Qué nos une y que nos separa de esa época hasta lo contemporáneo. Para ese momento histórico las doctrinas religiosas estaban en auge proclamado las virtudes del hombre. Hoy imperan otros valores dados la sociedad de consumo, híper electrónica,  el hombre pragmático que aplica aquella frase “El fin justifica los medios”. El hombre globalizado, occidentalizado no tiene escrúpulos en su afán de apoderarse de la naturaleza, de sus congéneres, de justificar su accionar.  Las religiones fueron desplazadas por el mercado y el fetiche del dinero, muy a pesar del Papá, el Vaticano y los grupos talibanes que existen en el lado oriental del planeta. Hoy es fundamental advertir que esa conducta humana llamada hipocresía está separada de la religión y cualquiera puede levantar su frente, aunque haya cometido un acto de hipocresía

Quizás el mayor avance de esta época sea el desenmascaramiento de ideología y doctrinas, porque se alejan de la realidad, porque no pisan tierra. Y de lo que se trata es levantar las banderas por un hombre que se exprese pluralmente, que se separe de ideologías que esclavizan y que le cierran la puerta a la democracia y a la dignidad. Eso es el signo del siglo XX y el XXI.  


Cierro con una sentencia de Albert Camus frente a mundos opuestos, que se terminan uniendo en la opresión del hombre, peor que la hipocresía: En una conferencia de 1948, respondió con estas palabras: “¿Con qué derecho un cristiano o un marxista me acusa de pesimista? No he sido yo quien ha inventado la miseria de la criatura, ni las terribles fórmulas de la maldición divina. No he sido yo quien gritó Nemo bonus o proclamó la condenación de los niños sin bautismo. No he sido yo quien dijo que el hombre era incapaz de salvarse por sí mismo y que, en el fondo de su bajeza, no tenía otra esperanza que la gracia de Dios. ¡En cuanto al famoso optimismo marxista!  Nadie ha ido tan lejos en la desconfianza respecto del hombre como el marxista, y, por lo demás, ¿Acaso las fatalidades económicas de este universo no resultan todavía más terribles que los caprichos divinos?” Nótese que lamentablemente ese gran  filósofo, periodista  dramaturgo y escritor murió, desafortunadamente a los 47 años en 1960 en un infausto accidente automovilístico. Deja una obra inmensa que sigue siendo referencia en los círculos intelectuales de todo el mundo. No pudo analizar el derrumbe estrepitoso del llamado modelo marxista y su entrega a la lógica del mercado capitalista.  

No hay comentarios.:

Publicar un comentario