TARTUFO EN EL SIGLO XXI Por Angel Gustavo Cabrera
“Me he preguntado que será más fácil de reconocer, si
la profundidad del Océano o la profundidad del corazón humano” Isidore Ducasse. El Conde de Lautremont
“El socialismo no es sino un cristianismo
degenerado” Albert Camus
“No hay nada más odioso que un predicador aficionado
que anuncia su propia palabra y dogmatiza sin autoridad”. (Guez de Balzac)
“Todos saben que ese miserable, que debe ser
desenmascarado, se abrió paso en el mundo gracias a sus trampas…Llámenlo
bribón, infame y perverso maldito: todo el mundo está de acuerdo en esto y
nadie dirá lo contrario”. Moliere. Obra de Teatro Don Juan.
Cuentan que
aquel hombre fue un ser enviado
de Dios a la tierra. Su accionar clamaba por la justicia, la verdad, la
igualdad y la libertad. Su palabra era diáfana, límpida, llegaba a los más
recónditos lugares y su vista se perdía en el horizonte de los desarrapados del
mundo. Su mirada era profunda y ¿Quién contra él? Nadie. Era el propio Mesías,
el redentor, el eterno. Como olvidar aquella imagen frente a las masas con una
ligera lluvia que inundaba su rostro, y el impertérrito frente a una muchedumbre que lo clamaba con fe ciega.
Sus adversarios, eran condenados al ostracismo o bien la espada justiciera caía
sobre sus espaldas con epítetos y maldiciones. Bajo su reino hubo felicidad
social de los pobres gracias a los buenos negocios y las dadivas que
entregaba. Pero como todo no es paz y
amor, como siempre, los insidiosos, los malintencionados, los intrigantes, los traidores, pretendieron quemar sus naves con pérfidas acciones y casi que logran derrocarlo. Pero, como era
el ungido de Dios, logró recuperarse, y sobre todo, pactar con un Monarca diabólico, vecino, que
llevaba más de cien años gobernando a su pueblo con métodos maquiavélicos,
populistas, demagógicos y represivos cuando fuera necesario. Siempre hablando
en nombre del pueblo, la necesidad de ser idolatrado so pena de castigos de los
fieles. La justicia era él.
Este Rey
recuperó el trono y la majestad de su
poder, solo que ahora se considera imprescindible, único y eterno. Sabía que con sus influjos, su carisma y la
manipulación del discurso, siguiendo los preceptos del Príncipe Maquiavelo, no
tendría enemigo que le aguantara una batalla. Si había que ser hipócrita, el
poder lo era, si había que mentir, el
poder era una gran mentira. Todo eso lo había aprendido de su amigo
monarca. Solo comprendió dos cosas:
primero no tener escrúpulos para el engaño y segundo la vulnerabilidad de las
masas ante la fe doctrinal e ideológica. Esa eran
las enseñanzas de la historia religiosa
y las doctrinas para dominar per se. Un solo estandarte vida o muerte
por su credo vehemente. HASTA AQUÍ ESTA HISTORIA, LE CORRESPONDE AL
LECTOR FINALIZARLO.
Volvamos ahora al título en cuestión:
TARTUFO es una obra
clásica del siglo XVII (1664) escrita por Jean Baptiste, conocido como Moliere.
El centro de la obra es dejar al descubierto a Tartufo por hipócrita y falso en
su conducta humana, el cual es castigado con prisión al Rey dase cuenta de su mal procedimiento. El mismo Moliere señala en su primer
Memorial que la intención era: “corregir a los hombres divirtiéndolos… y entre
todos los vicios del siglo, la hipocresía es, sin duda, uno de los que más se
usa, de los más molestos y peligrosos” La idea era <<reconocer de
inmediato a un verdadero y completo hipócrita>> Considero que para
ese tiempo era una obra revolucionaria, a pesar de que está escrita en forma de
comedia teatral, la intencionalidad es clara,
el dobles de la condición
humana, de lo cual se pensaba, creo yo, que se podía abordar para ejemplificar
y buscar correctivos de cambio.
Ahora, me
pregunto ¿Por qué esa obra tiene una vigencia impresionante y las compañías de
teatro, cada cierto tiempo, la montan en los grandes teatros haciendo grandes
inversiones en vestuario, escenografía, orquesta sinfónica y pago de actores? Es probable que sea por lo
magistral de la obra clásica, y, como está
hecha en forma de comedía, el público se divierte, pasa un buen rato y no sale
con dolores de cabeza, porque hoy en día
todos llevamos un hipócrita por dentro. ¿Quién lo niega?, es parte de la
conducta humana y eso ya no escandaliza
a nadie. Hoy a nadie condenarían por
hipócrita, más bien aquel que intenta no serlo es calificado de estúpido. Algo
así como aquella parábola cristiana que dice: “Quien se crea libre de pecados (de ser hipócrita) que lance la primera
piedra”. Nadie podría lanzarla.
¿Qué nos une y
que nos separa de esa época hasta lo contemporáneo. Para ese momento histórico
las doctrinas religiosas estaban en auge proclamado las virtudes del hombre.
Hoy imperan otros valores dados la sociedad de consumo, híper electrónica, el hombre pragmático que aplica aquella frase “El fin justifica los medios”. El
hombre globalizado, occidentalizado no tiene escrúpulos en su afán de
apoderarse de la naturaleza, de sus congéneres, de justificar su accionar. Las religiones fueron desplazadas por el mercado
y el fetiche del dinero, muy a pesar del Papá, el Vaticano y los grupos
talibanes que existen en el lado oriental del planeta. Hoy es fundamental
advertir que esa conducta humana llamada hipocresía está separada de la
religión y cualquiera puede levantar su frente, aunque haya cometido un acto de
hipocresía
Quizás el mayor
avance de esta época sea el desenmascaramiento de ideología y doctrinas, porque
se alejan de la realidad, porque no pisan tierra. Y de lo que se trata es
levantar las banderas por un hombre que se exprese pluralmente, que se separe
de ideologías que esclavizan y que le cierran la puerta a la democracia y a la
dignidad. Eso es el signo del siglo XX y el XXI.
Cierro con una
sentencia de Albert Camus frente a mundos opuestos, que se terminan uniendo en
la opresión del hombre, peor que la hipocresía: En una conferencia de 1948, respondió con estas palabras: “¿Con qué
derecho un cristiano o un marxista me acusa de pesimista? No he sido yo quien
ha inventado la miseria de la criatura, ni las terribles fórmulas de la
maldición divina. No he sido yo quien gritó Nemo bonus o proclamó la
condenación de los niños sin bautismo. No he sido yo quien dijo que el hombre
era incapaz de salvarse por sí mismo y que, en el fondo de su bajeza, no tenía
otra esperanza que la gracia de Dios. ¡En cuanto al famoso optimismo
marxista! Nadie ha ido tan lejos en la
desconfianza respecto del hombre como el marxista, y, por lo demás, ¿Acaso las
fatalidades económicas de este universo no resultan todavía más terribles que
los caprichos divinos?” Nótese que lamentablemente ese gran filósofo, periodista dramaturgo y escritor murió,
desafortunadamente a los 47 años en 1960 en un infausto accidente
automovilístico. Deja una obra inmensa que sigue siendo referencia en los
círculos intelectuales de todo el mundo. No pudo analizar el derrumbe
estrepitoso del llamado modelo marxista y su entrega a la lógica del mercado
capitalista.
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